Recuerdo de Ricardo Piglia



Tras la muerte de Piglia a principios de año, leo y releo Nombre falsoCrítica y ficción y Los diarios de Emilio Renzi. Los años felices. “Nombre falso” es obviamente su mejor relato, más nouvelle que cuento, y debería ser leído siempre como libro autónomo, no como una narración entre otras (algo parecido, aunque en menor escala, sucede con “Un pez en el hielo”, el relato pavesiano). Estrictamente como cuentista, el mejor Piglia (digamos, el de “Las actas del juicio”) parece más bien una provincia de cierto Borges. Quizá la mayor y mejor característica de Piglia haya sido que en nadie como él se fundieron las virtudes del crítico literario y el narrador (no es casual que sus mejores piezas de ficción lo sean al mismo tiempo de crítica).

Para algunos, su mejor faceta está en Crítica y ficción, o sea, el Piglia entrevistado, oral (en realidad es mucho mejor El último lector, creo yo). Era, en efecto, un conversador y un expositor hipnótico, sumamente hábil, brillante (a veces demasiado brillante, como él mismo observa en sus diarios), y algo manipulador. Una de sus principales rasgos era elevar a su interlocutor y hacerlo sentir especialmente inteligente, como si estuviera participando en la conversación al mismo nivel que él. Tenía algo de prestidigitador verbal, en el sentido de que hacía ver ciertas o muy agudas ideas que no necesariamente lo eran.

La lectura del segundo volumen de los diarios me deja una sensación ambigua. Quizá porque, a lo largo de muchos años, se fue creando –Piglia mismo fue creando– una gran expectativa en torno a ellos, una expectativa tal vez excesiva. Hay en ellos, sobre todo en este segundo volumen, demasiada vida literaria ordinaria (‘hoy me reuní con fulano, escribí el editorial para la revista tal,  preparamos la colección x…’) y demasiada política, junto con breves y luminosas observaciones sobre la lectura y la escritura (porque el diario de Renzi es, ante todo, el diario de un lector/escritor). Tal vez hubiera hecho falta una (auto) edición más rigurosa. Como curiosidad, me llamó la atención el protagonismo en este volumen de David Viñas, escritor muy relevante en Argentina en su momento, tengo entendido, pero casi invisible fuera, al menos actualmente. En algún punto, me recordó el Borges de Bioy, solo que ahí donde este dice “come en casa Borges”, Piglia podría haber escrito “come en casa David”.

Releo estos párrafos y temo que pudieran interpretarse como una crítica más bien negativa. Espero que no sea así porque siempre vi en Piglia un modelo único de profesor/crítico/narrador, un caso singular que es un ejemplo. Más allá de eso, en persona me dio la impresión, que pocas causan, de haber vivido sabiamente, de haber disfrutado la vida y hecho una obra; de saber combinar la inteligencia, el placer y el sentido del humor. Más allá de sus páginas memorables, creo que lo que se me va a quedar es esa imagen de conversador generoso e irónico. Piglia, con algún tequila y algunas copas de sauvignon-blanc encima, diciéndome en voz baja: “¿sabés?, si vos escribís ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’, es que no tenés mucha suerte con las mujeres, ¿no?”.

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